08/12/17

Amoricidio

Hace tiempo que la primavera no es aquella en la que resurgía la vida después del leve aguacero que dejaba tras de sí el rocío mañanero. Ya no hay jóvenes enamorados, solo abejorros en celo, que pasean su trasero por los pistilos con un fin más bien recolector, ya no, ya no hay nada de amor.
Todos los días muere alguien a manos de la persona que creía amar y que le amaba. El color granate de las rosas se destiñen para tatuar la sangre de sus víctimas en las impunes manos de los asesinos que matan en nombre del amor.
Afrodita, Eros y Cupido se han reunido para buscar una solución, no paran de cuestionarse y pelearse sobre quién está haciendo las cosas mal, y así, mientras, la culpa va pasando como si de las mismas agujas del reloj fuesen. Dan por finalizada su reunión, de la que salen furiosos, molestos e inquietos, y como no, sin solución. Es así que todos, al transcurrir un día en su "trabajo", regresan acuciados por el dolor, el sufrimiento, la violencia y el resentimiento que acababan de presenciar  y cómo el amor de los mortales degeneraba en muertes atroces.
Fue por aquel entonces que Clara, con apenas seis años, miraba desolada el cuerpo de su madre que yacía en el suelo encharcado con su propia sangre, no se movió de allí hasta que la polícia llegó, avisada por la vecina de en frente que había escuchado todo el escándalo previo a la muerte.
Clara mantenía la mirada perdida y se sujetaba las manos con fuerza, recordando como su madre moribunda dejó de sujetársela al exalar su último aliento. No estaba asustada, era más bien un estado de confusión repleto de ansiedad, de preguntas que su madre no le  quiso responder y que siempre evadió.
Tuvo que acompañar a la polícia, que la dejó con una mujer que le hablaba con una voz muy tranquila, con un tono muy suave, le preguntó muchas cosas, pero Clara no le respondió a nada, solo la miraba sin mirarla, sin dejar de sujetarse las manos. Finalmente la mujer desistió, anotó algo y la dejó sola con un folio y unos lápices de colores.
Estuvo unos minutos contemplando el vacío, hasta que fijó su vista en la mesa, y finalmente cayó ante aquella blancura, aquella "nada" que tenía delante y al ser incapaz de soportar la pretenciosa existencia del "silencio" visual que en aquella situación la representaba ante aquellos adultos, después de haber presenciado el asesinato de su madre, cuyas imágenes se repetían sin cesar en su mente, cogió firmemente un lápiz y desahogó, en pequeña medida,  su vivencia. Al regresar la mujer se sienta de nuevo a su lado, sin hacer ruido, sin interrumpirla en su tarea, simplemente se dedica a acompañarla y analizar disimuladamente tanto su expresión al trazar, como sus gestos y el propio dibujo.
Clara solo ha usado el negro y el rojo, se adivina el cadáver en el suelo con una expresión triste, también hay otra figura deforme, asimétrica, con unas manos enormes, un tronco pequeño y delgado, piernas cortas y apenas se le ven los pies...En las manos, aparte de un insistido rojo que apenas permite ver los dedos, lleva un arma, tal vez un cuchillo, o un machete, pero inconscientemente se veía como una extraña flor puntiaguda.
El rostro del "ser" consistía en dos ojos rojos, aparentemente enfadados, están muy remarcados, como si tuviese ojeras, y su boca abierta como si gritase.