Hay un clavo profundamente incrustado en la pared,
desde allí, aferrado, en un beso extraño, observa...
Un domador de serpientes hace resonar su flauta mientras sus dos cobras danzan,
poco a poco se elevan, se contonean, a medida que la exótica flauta la mágica canción entona.
Las dos sierpes, en su compartido sueño hipnotizado, viven en un espejismo desértico
las notas las trasladan a un paraje de arena y sol abrasador,
el desconcierto las une a seguir una misteriosa música que las acaricia en la distancia,
necesitan saber de dónde procede y se mueven, bailan,
es un paseo interminable, una melodía dominante.
De pronto un golpe viene de la nada, las enfurece,
pero no quieren defenderse,
quieren encontrar el origen musical.
Sonidos de encanto viperino que al cesar
a ambas inquieta, las hace frenar en seco
¿Dónde están? ¿Qué es esta oscuridad?
¿Y el desierto y la melodiosa canción?
La oscuridad las deja en su desconcierto.
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