Los días en el calendario se fueron como los pétalos deshojados de las margaritas de ese tonto enamorado, que no se ha dado cuenta que un campo entero ha arrasado, un año más se va, hay que decirle adiós, juntarlo con todos sus hermanos, que van rellenando los espacios de un álbum colosal, donde la Tierra observa cómo la plaga que la habita se debilita, cómo deja paso a sus distintas generaciones, cómo dejan que el tiempo les aniquile su espacio, su diminuto, chiquitín y nimio hálito de existencia.
El 2017 se acabó y con este se marcharon muchas de nuestras vivencias, tanto malas como buenas, y no creo que sea la única, pero cuando llega la última campanada tras tragarme la última uva, al poner el pie, en este caso en el 2018, me cae como un balde de agua fría, la certeza de que todo es un continuo cambiar, de que ya no están algunas personas que formaban parte de tu día a día y sin querer las dejas de pensar como antes, de que mudamos de costumbres y prioridades. Esas cosas son las que cuestan más de ver, ahora por ejemplo eres un adulto metido totalmente en su rutina y responsabilidades, has dejado de preguntarte muchas cosas, simplemente das por hecho que son así, muy pocas cosas te hacen brillar la mirada como cuando creías en la magia; pero un día antes de salir a trabajar te tropiezas con una caja que encontraste el día anterior escondida en una esquina de tu armario, se vierte todo lo que llevaba dentro y cuando lo ves, te desbordan las emociones y los recuerdos, con fotos, con objetos significativos, con tu letra de pequeño escribiendo cosas que ya no recordabas...
Hay que vivir este nuevo año con intensidad y con entusiasmo, así cuando lo despidamos, podremos afirmar que valió la pena, que las arenas del tiempo no borrarán jamás nuestros recuerdos, clavados en ella cual dura piedra.