Huevo de avestruz con alas, marchas por los cielos,
llevas enlatados tus pasajeros adormilados
bebés llorones en todos los costados,
a montones berrean sin descanso
asientos estrechos para desdichados patilargos
algún que otro ronquido entremezclado
entre los motores susurrando.
No falta el cenutrio de detrás que agita tu asiento
como un cóctel revuelto.
El carrito de la comida ha pasado tantas veces
que está claro lo demasiado a favor que están
del consumismo para cobrar más a final de mes.
Facturación de maletas, controles, cola para el avión,
llegada, recogida de equipaje, así se suceden los rituales del viaje.
Entre las distintas especies de pasajeros, existe
el boca-amplia que no calla mientras el resto
paz reclama. El del palo en el ano enterrado,
susodicho que se queja de todo a todas horas,
que se molesta y perturba por el más mínimo
detalle superfluo. El despistado que se queda atrás,
que se pierde en cualquier lado, seguro porque
visita todos los baños. El que se cree divertido
y es su humor muy pesado, graciosillo de turno,
patético payaso.
Cual azafata te señalizo el protocolo de seguridad,
cuento las salidas de emergencia, te explico cómo huir
en caso de urgencia,
todo te digo, así que no dudes más en salir de mi vida,
¡Márchate!
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