Silvia y su golondrina

                       
 Una pequeña golondrina alza el vuelo desde lo más profundo de Silvia, se marcha para no regresar jamás, tal y como Bécquer sentenció mucho antes de que ella naciera, nunca lo entendió hasta el propio momento que sintió al ave tomar un categórico impulso, de esos que solo se realizan una vez.
Emergió de ella, de un grito de inimaginables consecuencias, con los ojos fuertemente cerrados volcó su deseo de libertad y de paz hacia el cielo, de un azul indomable, relleno de esponjosas nubes.

 Cuando abrió los ojos enrojecidos por la fuerza desencadenada,  vio aquella magnífica ave surcar los cielos, sus movimientos mostraban el baile de un rugido contra la marea celestial, descendía y retomaba altura sin parar, casi parecía que en su vuelo pretendía dejar escritas las palabras del silencio que había estado reprimiendo Silvia. Una vez la perdió de vista en la inmensidad, se comprimió sobre sí misma, mientras dejaba la mirada perdida en algún punto del suelo, recordó todo de golpe, su respiración se tornó pesada y agitada.

-¿Por qué yo, Señor?- gritó  suplicando alguna explicación a su Dios.

Se tiró de su morena cabellera desesperada, miró su reflejo en el río que le quedaba apenas a unos centímetros de distancia, se acercó, comprobó con sus dedos las profusas y terroríficas cicatrices que cubrían toda su blanca y sufrida dermis, le dio tiempo incluso de contarlas, de rememorar su doloroso origen. Paró súbitamente en la última, justo por debajo del pecho, y sin pensarlo más se sumergió en aquellas cristalinas aguas, incluso cuando ya no hacía pie...Dejó de inhalar aire, mantuvo la respiración, embotando sus sentidos, dejándose caer en las manos congeladas de las lágrimas del cielo que habían quedado allí. Fue entonces cuando después de la aparición de un rostro angelical que la acunaba entre sus brazos, despertó.