-No puedo estar contigo.
-¡Qué pena, querido!
No me importa cuantas lunas tengas, ni cómo te estás extinguiendo en tus propias brasas, deshumando cada pétalo negro que te acercas a los labios. Solo me interesa el calendario en el que llevas enredado los secretos que de mí has anhelado, la curvilínea catastrófica que une las comedias con los dramas y que realza mis pómulos empechados que tantas pasiones encumbra en tus vestidos de esmirriada butifarra. No es eso el todo, porque corriendo quieres esconder tus ardores merengados que abigarrados están en tu rostro avergonzado. Mis dedos recorren el pergamino acaramelado que componen tus versos de pie quebrado, enlazados, me acercan al lugar indicado, pues como un mapa cada palabra me marca el repiqueteo que mis dedos deben establecer para que tus lunares tiemblen de conmoción, que al tacto todo tú se pregunte por qué no te habías ido a mí a entregar, porque el paraíso encapsulado explota desde que enciendes la luz verde que me permite abrir todas tus puertas, incluidas las secretas. Buf, esas, esas son las que sin que te des cuenta, te desmadejan y tus males requiebran.
Cansado llegas a casa, como un ciego que busca con avidez su bastón, vas tras del sillón. Te tiras, entrecierras los ojos, no percatándote de mi. Te acaricio levemente, repasando todo tu contorno y despacio te regalo un beso cual del pastel adorno. Poco a poco el peso de nuestro guantes de pasión, de nuestras ansias de amor, se acelera y es tan grande su espesor que de un momento a otro dejamos de ser plata para ser oro. Se nos apagan los pensamientos y se activan los instintos de predación, que nos insta a devorarnos, toda delicadeza ha sido sustituida por la rabia no candorosa de la lujuria.
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