29/03/19

El recuerdo ignominioso del Passer domesticus

Cuando este pequeño gorrión desvalido se acurrucó en tus manos, delgadas, elegantes, cálidas, reconfortantes. Cuando se fió de ti, cuando se creyó en la potestad de abrazar esa protección, te burlaste de esa ingenua capacidad de creer en un desconocido, de imaginar que habita un mínimo de bondad en el corazón de cada ser humano. Tal vez, sí, tal vez tenías razón.

Mas el gorrioncillo tampoco se equivocó del todo cuando se acercó a ti, retrocedió con un par de saltitos cuando querías sostenerlo, giró su cabecita un par de veces y lentamente fue tomando confianza, fue acomodándose en la palma de tus manos.  Tenías prisa y no sabías muy bien qué hacer con aquella diminuta criatura, frágil y bella. Decidiste que un ave así no te concernía más que en su contemplación ligera y pasajera.

Cuán vacío se quedó el gorrión allí solo, en la rama más baja del primer árbol que encontraste. Cuán estrepitoso fue el aguijón de la incomprensión en la que quedó ensartado, su intuición no le fallaba normalmente con las personas y sin embargo tú, le desconcertaste. No sabe qué tipo de persona eres ¿Distante y frío? ¿Manipulador? ¿O asustadizo? ¿Ser independiente? ¿O insesible y egoísta?

El gorrión no te entiende, no se explica cómo pudiste parar en tu caminar y acudir en su ayuda, cuando, si realmente, eres un vil y egocéntrico, no deberías haberlo hecho. Pero tampoco comprende si en realidad tras tu bondad no querías entablar una estrecha relación de amistad.

¿Por qué? Porque este gorrioncillo pensaba que te preocupabas por él y que le permitirías corresponder ese afectuoso impulso, que le permitirías regar ese cariño, cuidarlo y verlo florecer en tu sonrisa más aunténtica.

A veces este gorrión, vigorizado y fuerte, totalmente recuperado,  echa la vista atrás y recuerda ese leve espacio armónico que compartió contigo y de repente lo acompaña una extraña y cercana presencia, un leve aliento de fuerza que se acurruca en lo más profundo de su esencia.

Es entonces cuando un sofocante deseo lo trastorna, es el anhelo de regresar a un hogar con tu nombre, una puerta que le dejase adueñarse del afecto que lo revitalice de nuevo,  ese que en su momento lo colmó de una paz interna, de un sosegado beso en los cielos del Edén secreto, ese en el que solo vuela cuando te recuerda.



Te travistes en su memoria.

Eres tal que la quietud del río de su infancia, en el que recordaba dibujar con sus alas sus aspiraciones, sus quimeras de criatura impulsiva e insensata, sin límites, sin barreras, sin miedo a nada.

Eres tal que el danzante follaje en el que se mece su melancolía, melancolía cimentada en el insopechado ciclo temporal que te sitúa en medio de un final sin contar.

Eres tal que la sombra que añora en el sofocante mes de Agosto, esa brisa leve que le aparta las dudas termo ambientales de su veraniega supervivencia.

No obstante nada de esto, nada, es verídico... Patético gorrión, vive la feliz ignominia de sus fantasías, de sus imaginarias expectativas, en realidad fuiste y serás decepcionantemente normal, simple, sin esa chispa mágica de cariño o preocupación por él.

Este gorrión, conocido también como passer domesticus, fui yo.

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