
Hace tiempo que la primavera no es aquella en la que resurgía la vida después del leve aguacero que dejaba tras de sí el rocío mañanero. Ya no hay jóvenes enamorados, solo abejorros en celo, que pasean su trasero por los pistilos con un fin más bien recolector, ya no, ya no hay nada de amor.
Todos los días muere alguien a manos de la persona que creía amar y que le amaba. El color granate de las rosas se destiñen para tatuar la sangre de sus víctimas...